Cómo Instagram mató mis ganas de cocinar
Abro una nueva etapa con la ilusión de poder compartir todo lo que sé y seguir aprendiendo contigo
Empecé a escribir en formato digital cuando aparecieron los blogs gratuitos. Incluso antes de WordPress. Tuve prácticamente todas las redes sociales posibles, menos Tuenti, porque me pilló mayor. Pero estuve en MySpace, Fotolog y, lo que más echo de menos, mIRC.
A mí Instagram me cogió a contrapié: tenía un blog, Urban Closet Magazine, de estilo de vida, con el que había conseguido sentarme en el front row de muchos desfiles de la 080 de Barcelona. Incluso fui a algunos de la Madrid Fashion Week. Pero de ahí no salté ni a una editorial de moda ni a un Instagram de estilo personal: empecé a dedicarme a la fotografía social, y tenía un Instagram personal donde subía fotos de mis gatos o de comida. Lo tuve, cuando dejaron entrar a Android, porque el iPhone llegó mucho después.
Hubo un día, antes de saber que tenía lipedem, en el que me puse a dieta porque, tras dejar la píldora anticonceptiva (en realidad, el parche), engordé como nunca. Así que empecé a documentar mis comidas para que la dietista supiera qué comía.
De ahí nació Mi Dieta Vegana: un Instagram donde subir las fotos de lo que comía, para no petarle el teléfono a mi dietista con imágenes de comidas, etiquetas de productos y visitas al súper.
Como podéis imaginar, nunca pensé que me seguiría mucha gente. No pensé en el nombre, cogí uno que estuviera libre y fuera explícito. Las fotos eran casuales y el contenido100 % real: nada comisariado, nada pensado para ser estético o tendencia.
A mí nunca me ha encantado cocinar. Lo reconozco: me gusta comer. Me encanta comer. Me gusta saber cocinar por la independencia que te da saber hacer diferentes platos y recetas, porque te proporciona una autonomía maravillosa.
De repente, aquellas fotos de tostadas de aguacate empezaron a llamar la atención. Tenía 1.000 seguidoras. Luego fueron 5.000. En poco tiempo, llegué a 10.000. Una cifra nada desdeñable para una cuenta de comida vegana sin recetas. Llegué a organizar dos vermuts veganos para celebrar ese nivel de seguidores que me parecía increíble.
Durante muchos años, no hubo recetas. De hecho, muchas veces ni cocinaba yo: compraba comida hecha (mucha de ella en Vegetart, el local de Gràcia de comida casera y barata que ya no existe), o hacía platos sin receta. Cuántas ensaladas de legumbres hechas en cinco minutos habré subido en aquellos años, con un suelo de baldosa (panot) barcelonés pintado de blanco. El suelo del coworking que muchas personas que venís de Instagram posiblemente recordéis.
Después llegaron las colaboraciones, las recetas, las fotos más trabajadas. Llegó también el diagnóstico de lipedema, las operaciones. Llegó la pandemia. Y llegaron los reels.
Si con las fotos de comida ya habíamos llegado al punto de necesitar un nivel de editorial gastronómica, con los reels tenías que saber grabar y montar vídeo. Cada vez con más nivel, hasta el punto en que estamos ahora: si quieres mantener una cuenta de recetas, tienes que monetizarla. Porque, si no, el tiempo y los recursos que requiere la vuelven inviable. A no ser que seas una persona económicamente muy privilegiada, y puedas hacer contenido por gusto, si no monetizas no puedes dedicarle tantas horas.
Ya no se trata solo de cocinar y sacar una foto bonita. Se trata de cuidar cada plano, seguir las tendencias, tener buena luz, buen sonido, subtítulos bien puestos... Somos miniproductoras mal pagadas. Lo que antes hacía un equipo entero, ahora lo hace una sola persona. Con suerte, ayudada por otra. No suele haber equipos detrás. A veces la pareja, la madre, quizá una asistente si facturas mucho, pero eso se da más en el lifestyle. En la cocina vegana, donde casi ninguna gran marca entra, no tenemos grandes acuerdos. Es un nicho muy pequeño y yo no he encajado bien del todo porque no puedo quedarme callada.
En este contexto, cocinar pasa a un segundo o tercer plano. Si para mí cocinar nunca fue un fin, sino un medio para mostrar que se puede comer vegano y rico, toda la parte extra me quitaba las ganas de cocinar.
Casi 15 años de Mi Dieta Vegana me han pasado una factura que no esperaba
Cocinar se convirtió en montar un set: poner focos, trípodes, tener ciertos elementos listos y limpios, hacer pruebas como si fuera a abrir un restaurante, hablar a cámara como si fuera Arguiñano. Cocinar me empezó a dar rabia.
Estos meses me he alimentado de tofu, legumbres y verduras de temporada hechas en el airfryer. Dejé incluso de hacer la tortilla de patatas semanal. De hacer el arroz del domingo. Renuncié al bizcocho de limón, al curry de calabaza y al guiso de garbanzos con berenjena.
Estudié Sonido e Imagen, y me encanta coger una cámara. Prefiero editar un vídeo a cocinar. Me encanta la fotografía para vídeo, tener planos recurso, hacer la producción de un poyecto. Pero quiero comer lo que me apetece al mediodía, no lo que está de moda esa semana. Quiero cocinar sin pensar: “tendría que grabarlo”. Tener siempre buena cara, maquillarme, vestirme acorde a la imagen que ya proyecto porque hay que estar crónicamente online. No para ti, no para quien te sigue: para las marcas.
Y que no se note que pasas por un bache. Porque igual se viraliza pero resta.
Para mí escribir es fácil. Son muchos años haciéndolo. Es lo que realmente me da de comer. Escribir y hacer contenido ajeno, en muchas casos para email marketing.
Instagram siempre ha sido un extra que me ha absorbido porque quería mostrar que había otra forma de ser vegana. Que las veganas podíamos ir tatuadas y escuchar punk rock. Y comer cosas baratas, ricas y fáciles, porque entre pasarnos la mañana en la cocina o irnos a patinar a la playa con las amigas, ganaba lo segundo. Mostrar diversidad. Que había espacio para todas y cada una de nosotras.
Pero cuando compites por la atención, por los contratos, por no ser diana del odio en redes, cocinar queda muy lejos.
No voy a dejar de hacer contenido porque llevo toda mi vida haciéndolo. Los medios digitales que yo conocí, además, me recuerdan que Internet puede ser un lugar de cooperación, no de competición. Hubo un tiempo en que la mayoría de los sueldos daban para (sobre)vivir, y nadie te señalaba por no monetizar cada aspecto de tu existencia para llegar a fin de mes. Porque da igual los seguidores que tengas, los virales que consigas: sin cerrar tratos con marcas, no cobras en Instagram.
Así que en este Substack, el trato lo cierro contigo. No sé si estaré yo sola, si seremos 5 personas o 50. Pero quiero volver a explicar cómo se cuecen las legumbres. Por qué en la dieta mediterránea catalana la leche no está representada en la pirámide nutricional. Cómo dar sabor a platos sencillos para que te sigan apeteciendo. O cómo puedes ser vegana y tener el hierro alto (y qué mirar para saber si tienes que preocuparte).
Desde hoy, ya puedes suscribirte y acceder a recetas, menús y contenido extra. O puedes seguir con las versión gratuita, que no va a desaparecer.
Aquí va un resumen de lo que vas a recibir si decides apuntarte, en los 4 emails mensuales que empiezan ya la semana del 5 de mayo (idealmente los viernes):
Una receta escrita a mano cada mes (con mis dibujitos y notas reales, como las de antes). En versión jpg, igual en un futuro podemos hacer un fanzine.
Un menú veggie de 7 días con ideas prácticas para cocinar fácil y rico, cada mes.
Acceso a la comunidad en Telegram para compartir lo que cocinas, preguntar o simplemente charlar.
Contenido extra, reflexiones y trucos en exclusiva.
Muchas gracias por acompañarme en esta aventura, elijas la opción que elijas (la versión semanal gratuita seguirá existiendo).
Como me ha gustado esta “confesión”. Hasta hace unos meses no entendía por qué ya no quería cocinar más. En mi caso no es por Instagram, si no por tener que cocinar todos los días para mi familia. Puede sonar absurdo, pero peté. Y alguien me comentó sobre el burn out respecto a estas tareas que no cobras ni son cotizables en el día a día que ya de por sí es excesivo. Me encanta tu contenido. Sea con planos profesionales o no. De hecho, creo que por lo que me empezaste a enganchar fue por tu naturalidad. Un abrazo.